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La noche de los tiempos

Alegoría de las cuevas y abrigos con arte paleolítico














El camino, sinuoso y estrecho, lleva directamente a la entrada de la cueva. Cuándo uno llega, siente que está entre dos mundos: hacia fuera se extiende el mundo material y físico que podemos palpar; más allá de la boca de entrada nos encontramos ante un universo espiritual dónde se puede soñar sin necesidad de cerrar los ojos. Penetrar en una cueva poseedora de arte paleolítico es hacerlo en un santuario y, a la vez, en una biblioteca. Un lugar de lectura dónde el lector no encontrará libros, un lugar sacro dónde el posible adepto no encontrará sacerdotes.

Al dar los primeros pasos, recorremos recovecos dónde nuestros padres descansaban, otros dónde practicaban las artes amatorias e incluso habrá abrigos rocosos, dentro de esa misma cueva, dónde sufrían y lloraban. Esta sensibilidad es la que empuja a nuestros antepasados a transmitir y difundir arte en lo más profundo de la cueva, allá dónde la humedad hace imposible permanecer. Siempre hay un primero, pero la gran pregunta del arte paleolítico es ¿por qué plasmar un dibujo? misteriosa mente humana la que nos enseñó el camino. Se habla del cambio de Neanderthal a Sapiens y, por ende, de un cerebro más desarrollado y presto a sentir, pero...¿por qué? no deja de ser una gran incógnita el porque de ese primer dibujo y, sobre todo, al observar la influencia que tuvo expandiendo el arte por todo el orbe.

Cuando caminamos, no sin dificultad, por la cueva buscamos con la luz el rastro de esos primeros hombres para así intentar asimilar nuestra concepción a la de aquella época. Pero la luz artificial no es la misma que la que producían sus antorchas, éstas últimas eran capaces de darle movimiento a las pinturas por el baile que provoca la oscilación de la luz. En cambio nuestra luz "moderna" no es capaz de apreciar esa viveza. Si teníamos dudas de su capacidad artística, no hay nada mejor que pararse y observar como dibujos y grabados estaban supeditados a la forma de la piedra paras así formar cabezas de bisontes, caballos, etc...querían controlar la caza mediante rituales y nada mejor que controlarla en el mundo espiritual para así, con esa fuerza sobrenatural, salir al mundo material convertido en un semi-Dios. Figuras danzantes en torno a las presas nos transmiten valor, hombres con cabezas de animales nos ofrecen una sensación de superioridad del hombre sobre las bestias, al menos en ese plano metafísico.

Tenemos que arrastrarnos, manchando nuestras ropas de barro como aquellos seres primitivos en clara alusión a la igualdad del hombre en la cueva sea la época que sea, y podemos observar dibujos antropomoformos unos, claras figuras humanas otras, con alusiones a la fertilidad. Y aquí en algunas comunidades, destaca el papel primordial de la mujer invitándonos a creer en sociedades matriarcales. Sí, la mujer como centro de ese universo basado en ciclos lunares, los mismos que rigen la menstrualidad. La mujer como bien al que hay que cuidar como una Diosa. Y así se encuentran en muchos rincones figuras de mujeres con el vientre redondo, símbolo de embarazo y por tanto de ventura para esa comunidad que aseguraba la supervivencia de su clan.

Por último, al retroceder hacia la salida, entramos en un abrigo rocoso a la derecha y encontramos manos dibujadas. La comparamos con la nuestra y nos sentimos tan cerca de esos hombres de la prehistoria que nuestro corazón se encoje. Al aconstumbrar nuestra mirada a la escasa luz nos volvemos a sobresaltar; manos de cuatro dedos que no han podido ser interpretadas con seguridad. Quizás dedos amputados, quizás al dibujarlas un dedo quedará fuera de la impresión ó, porque no, representaciones de otra civilización, de unos seres superiores que dejaron su huella en todas las civilizaciones con halo místico mostrandonos el camino a seguir. Sociedades primitivas de todo el mundo han dibujado manos y en los lugares que se ha dejado esa huella ha sido en lugares sacros, inviolables, quizás reservados a una minoría ó solamente al clan que dejaba su impronta en el mundo de los espíritus.

Salimos, con paso tan lento como la historia de la humanidad, y tenemos la sensación de haber vivido un sueño más que una realidad. Es probable que estas cuevas, poseedoras de pinturas y grabados paleolíticos, sean la última entrada al otro mundo. A esa mundo espiritual presente en todas las civilizaciones antigüas.
No puede ser que ese legado eterno ya no interese al hombre, al menos una sola vez deberíamos intentar acceder al reino de Morfeo. Dice la leyenda que Morfeo, como Dios griego del sueño y de la noche, se transformó en un ser divino al dejar capturar su alma en una caverna con dibujos paleolíticos. El hombre se convirtió en Dios al captar el mensaje de sus antepasados.

Imitar a Morfeo es bello.