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Las huellas de Tierra Santa



Cómo si de un investigador privado se tratara, me dispuse a emprender viaje sin olvidar una lupa para no perder detalle, gabardina de cuello alto para el frío nocturno de nuestra investigación y la sempiterna pipa como vehículo de meditación. De esta guisa espiritual, más propia de un Sherlock Holmes, tomamos rumbo a Tel Aviv. Desde esta moderna ciudad el camino a Jerusalén es corto, en menos de una hora nos presentamos en la gran capital de la espiritualidad; la ciudad de las tres grandes religiones del libro. 

Descansamos cuerpo y mente en un lugar privilegiado: el Monte de los Olivos, allí se encontraba nuestro hotel  enclavado a los pies de Getsemaní, es decir dónde Jesús de Nazaret fijó su campamento en Jerusalén. El Monte de los Olivos también es importante porque aquí instaló su campamento la X Legión romana, en el 70 D.C., para el asalto y destrucción de Jerusalén. Para la tradición judía es igualmente importante ya que sitúan el lugar como el primero dónde Dios comenzará a resucitar almas; así, hoy día, podemos observar miles (se calculan en 150.000) de tumbas judías. Las noches allí pasadas respiraban magia. 

Comenzamos nuestra singular aventura en Bethelem o Belén, atravesando un muro de vergüenza que separa a los ciudadanos de primera judíos de los enclaustrados palestinos; si alguien tenía dudas sobre como era un Gueto tiempo atrás  no tiene mas que acercarse a los Territorios Palestinos. Los controles de las autoridades judías no impiden que lleguemos al lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret, dónde se respira una paz singular que ilumina la gruta de tan recordado evento. Las hordas persas, al tomar Palestina y llegar a Belén, respetaron -y no destruyeron- la Iglesia que se levantó sobre la gruta del nacimiento al encontrar una imágen de los tres Reyes Magos venidos de Oriente, de sus tierras persas; casualidad o no es un lujo poder perderse en esos muros hoy día. Pasear por Belén y contemplar sus laderas plagadas de viviendas de piedra blanca es casi contemplar aquellas chozas y pastores del imaginario cristiano; el ejercicio no es tan descabellado cuándo uno se encuentra en Belén.

Cruzamos el control para volver a ingresar en Israel, nuestros pasos nos van a llevar a Jerusalén. Mucho se ha hablado de esta gran urbe y poco más hay que añadir: la religión judía la venera por ser la capital histórica de la antigua Judea y por ser el territorio dónde se edificó el Gran Templo, del cuál hoy queda el famoso Muro de las Lamentaciones. A la derecha de este muro, lugar de prisas, hombres de negro sin afeitar los mechones rizados del cabello y algo de integrismo religioso, se encuentra el segundo lugar -el primero es la Meca- más sagrado para el Islám: la Mezquita de la Cúpula de la Roca dónde Mahoma ascendió a los cielos; se acompaña de una fantástica explanada, para la meditación, que termina en la Mezquita de Al-Aqsa.  En muy pocos metros cuadrados Islám y Judaísmo comparten magia y espíritu; el rizo termina de rizarse cuándo, tras andar algunos pasos por el barrio árabe, se llega al Santo Sepulcro cristiano dónde la tradición sitúa la tumba de Jesús. El lugar, poblado de obras arte, está excesivamente recargado y las continuas visitas avivan esta sensación; tras observar la tumba de Adán debajo de la de Jesús uno cree que ya ha visto todo en ese lugar y no merece la pena reflexionar más. Paseamos y, al salir por la histórica Puerta de Damasco, nos encontramos con la Tumba del Jardín: la que rivaliza con el Santo Sepulcro por albergar la tumba de Jesús; la sencillez del lugar, el jardín que la rodea y el Gólgota observándonos nos transportan al año I. La sensación es clara: aquella parece ser la tumba que cedió José de Arimatea, al menos tuvo que ser algo parecido. Magia pura se respira. 

Jerusalén sorprende por su mezcla de colorido en el barrio árabe, recogimiento en el barrio judío -más aún si se pasea en Sabbath con sus estrictas normas- y modernidad -entendida como globalización- del barrio cristiano. El barrio armenio, el cuarto de la ciudad antigua, nos ofrece un aspecto medieval de la ciudad. Las tres religiones, judaísmo, cristianismo e islám, se mezclan en muchos puntos sin llegar al sincretismo; es muy curioso observar ejemplos como el lugar de la última cena o cenáculo cristiano: además de ser santo lugar para los cristianos, en el complejo encontramos la tumba del rey David (lugar de meditación y sumo respeto de los judíos) y, para sorpresa general, observamos como el cenáculo fue convertido en Mezquita la cuál nos ha legado unas bellas cápsulas de escritura sufí. Sin mezclarse en su fin pero sí en determinados paradigmas, las tres religiones, vuelven a estar presentes en un lugar mágico y plagado de sentimientos. 

Pero el actual estado de Israel, la antigua Palestina, ofrece también la posibilidad de bañarse o flotar  en el Mar Muerto (el punto más bajo del Planeta Tierra) y acercarse a Masada; la fortaleza construida por Herodes el Grande sirvió de trágico escenario cuándo en el año 74 D.C. los romanos provocaron que cientos de judíos, los últimos defensores de Judea tras la destrucción de Jerusalén, se suicidarán en masa. El sentimiento de nacionalismo que se tradujo de este suicidio colectivo llega hasta nuestros días, el judío de hoy día recibe el último aliento de esos muertos para tratar de no volver a perder su patria. El vínculo emocional es tan fuerte que Masada es un vehículo de unión para la nueva nación israelita. El enclave es espectacular, en mitad del desierto y anclada en lo alto de un promontorio rocoso se halla esta fortaleza inexpugnable con su sistema de cisternas, habitaciones y hasta un palacio que destaca por su policromía. El funicular moderno o la antigua rampa construida por las legiones romanas pueden elevarte a tan simbólico lugar dónde se funden arqueología y espiritualidad en un abrazo eterno. A mitad de camino entre Masada y el Mar Muerto está uno de los lugares que la arqueología ha señalado como especialmente relevante por su mensaje: las cuevas de Qumrám, dónde se encontraron los misteriosos manuscritos del Mar Muerto que tantas teorías y suspicacias han levantado, un lugar de recogimiento espiritual para aquella secta llamada de los Esenios (de la cual Jesús pudo haber recibido influencia).

Por último, nuestros pasos nos acercarán a una antigua provincia despreciada por Judea en tiempos de Mesías: Galilea. Evidentemente, y no es obligación ninguna, nuestro punto de vista no la tomará en balde. Allí, al Norte del país, encontramos Nazareth, lugar de residencia de Jesús y su familia; la gruta dónde hacían su vida y el lugar, al aire libre, dónde José tenía su carpintería nos vuelven a transportar al año I. Dejamos atrás Caná, no sin antes evocar el milagro de la Boda, Tiberiades -lugar santo también para los judíos- y hacemos alto en Cafarnaúm dónde Jesús eligió gran parte sus discípulos -allí se puede observar la casa de Pedro- y se atrevió a lanzar mensajes revolucionarios al mundo entero. La magia de este sitio se encuentra en las ruinas de la antigua ciudad, con una espléndida sinagoga, que recibió los pasos de Jesús así como en el Mar de Galilea o Lago Tiberiades que baña sus orillas; la paz y armonía de este lugar hacen sentir al viajero la necesidad de salvaguardar espacios naturales para estar en armonía con su divinidad, sea cual sea esta. 

La ruta nos muestra el Monte Tabor, lugar de la transfiguración de Jesús, y los Altos del Golán, aquel punto de conflicto entre sirios e israelitas hoy día, para acabar en las aguas del Jordán. Allí dónde Jesús recibió el bautismo de Juan es dónde nuestro viaje tomará a su fin. El Río Jordán, en frontera con Jordania igual que el Mar Muerto, recibe visitantes de forma imparable día tras día y aquello, como otros sitios de interés en el país, ha sido controlado por Israel y sus Kibutz: familias aposentadas en un lugar para explotarlo, colonizarlo y sacarle el máximo partido en pro del estado de Israel. El negocio aquí se hace con la fe de las diferentes comunidades cristianas, el enclave es encantador pero todo parece indicar que Jesús fue bautizado en otras coordenadas, cercanas a este Kibutz pero también mas cerca de Jordania. El agua, eso sí, pertenece al mismo río y eso se transmite en las caras de felicidad de miles de personas que son bañados y bautizados. 

La despedida de Jerusalén, rumbo a Tel Aviv, nos deja muchas preguntas en el aire pero también una sensación de paz absoluta por haber pisado la Tierra Santa de las tres grandes religiones del libro. Hay algo que despierta en el interior y es acompañado por el impulso de los grandes profetas, aquellos que siempre han estado presentes en la historia. Con la necesidad imperiosa de luz cerramos este capítulo y abrimos el libro de la espiritualidad que nos evocará, eternamente, los bellos lugares de Tierra Santa.